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Foto del escritorClarita Pavon

Tierra

En el campo de tierra seca, agrietada, consumada. Tomará, sus manos, con suavidad de muerte, las limpiara con su última botella de agua, tomará el frasco de miel roto y sanará las cicatrices. Arrancará un trozo más de su camisa que se cae a pedazos, le envolverá las manos, con cuidado de madre, las sostendrá fuerte entre las suyas, y escuchara a Roberto contar las cicatrices de sus manos. Manitos que mil y una veces tuvo que aprender a curar, llenas de latigazos, de tierra, de pólvora para cañones y balas, que siempre y nunca él, disparaban. Limpiara la sangre de sus deditos fusilados, arrancados, entregados por metro de tierra que separa a un nombre del otro, y Roberto gemirá, gritará el nombre de su patria que es patria de nadie. Alan meterá el dedo en el frasco, tratando de no cortarse, y lo meterá en la boca de Roberto, que lo chupara mientras llora, y lo verá como preguntando si está vez logró cruzar la frontera.


OTRO PUNTO DE VISTA


En medio de las ruinas. En ese árido campo, donde hasta el fuego se canso de quemar. Escuchará el calor de la pólvora, el arma rebotará contra su pecho. Caminará, y sentirá el dedo fantasmal acusándolo en cada paso. Encontrará el cuerpito de Roberto que recibió su bala. Sentirá los deditos alrededor de sus botas, como tantas veces sus propios hijos hicieron. Roberto lo mirará, una mirada, rota, vacía, agradecida. Esperará, escondido en su trinchera mientras Alan llega. Lo verá lavar, curar y envolver a Roberto, con la misma paz, de los que saben que nada se tiene, que nunca nada se tuvo. Verá a Alan sumergir su dedo en las últimas gotas de miel. Se las entregará a Roberto que lo chupará fuerte, mientras gime. Y él ya no gritará, no llorará, ni rezará, porque hay súplicas, que a veces hasta Dios se cansa de escuchar.


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